La ruptura generacional y el fenómeno de las Ciudades del
cambio configuran unos escenarios para superar la fosa in crescendo de la ciudadanía,
las instituciones y la misma acción política.
En Comú, En marea, Podemos, Unidad Popular-IU, desde la base
social golpeada por la crisis y desde la izquierda, se configuran como
instrumentos para cambiar las condiciones de una resistencia que cede posiciones
en retroceso, a una ofensiva para ganar posiciones y conseguir políticas con
las que enfrentarse a la crisis y al sistema política. El rescate ciudadano y
social es una respuesta al grito “Le llaman democracia pero no lo es”, que
resonó en todas las plazas el 15 M. Ciudadanos es la contrapartida por la
derecha al agotamiento del régimen de 1978 del Reino de España, del Estado de
las Autonomías.
En este relato la población actúa en tanto que ciudadanía,
más como personas que en función de su lugar en el trabajo, es decir en la
producción, entre las clases sociales. La gran debilidad de En comú y Podemos,
reside en que han saltado a la arena política casi de forma paralela a la lucha
y a la fuerza organizada trabajadora, expresada en el sindicalismo, así como en
la representación en las empresas.
La gran confluencia para conseguir una alternativa de izquierdas
al desastre económico y política de la clase dominante (la derecha) para ser
suficiente ha de reconocer y compartir con el sindicalismo.
En “Reino de España: La clase obrera y el 20 D”, publicado
en SinPermiso, Miguel
Salas se dedica a establecer una reflexión sobre la necesidad de la
fortaleza vital trabajadora que representa el sindicalismo.
Unos extractos para animar a leerlo y tenerlo en cuenta.
Escribe Owen Jones en su espléndido libro Chavs: La
demonización de la clase obrera, “La Cámara de los Comunes no es
representativa, no refleja al país en su conjunto. Es demasiado representativo
de abogados, periodistas metidos a políticos, diversas profesiones, sobre todo
profesores de universidad… Hay pocos que hayan trabajado en centros de atención
telefónica o en fábricas, o hayan sido funcionarios municipales de rango bajo… Antiguamente
había una tradición, sobre todo en los escaños laboristas, de diputados que
habían empezado trabajando en fábricas y minas. Esa época pasó hace mucho”. Si
trasladamos esa reflexión a la composición del Congreso de los Diputados y de
los parlamentos de las comunidades autónomas llegaríamos a una conclusión
bastante parecida. (…)
La campaña electoral que finalizará el próximo 20 D anuncia
un cambio, más allá de quien gane o de las combinaciones de gobierno que puedan
formarse, las cosas ya no podrán hacerse de la misma manera. (…) Pero sí
podemos constatar que tanto entre los candidatos de las izquierdas como en los
contenidos de las campañas hay muy poca presencia de la clase obrera
organizada. Cuando podamos hacer un análisi sociológico de los nuevos diputados
y diputadas es muy probable que encontremos un panorama parecido al que
denuncia Owen Jones en su libro. Y eso es una anormalidad.
El proceso de cambio que desde posiciones de izquierda se ha
ido gestando es el resultado de varios factores: la rebelión del 15M, las
huelgas generales contra las reformas laborales, las luchas y mareas contra los
recortes en los derechos públicos, las movilizaciones contra los desahucios, el
movimiento soberanista en Catalunya… y en todos ellos ha habido un peso
importante, si no fundamental, del mundo del trabajo y de su expresión
organizada, el movimiento sindical. Las candidatas y candidatos, allí
donde hay confluencia (Catalunya, Valencia y Galicia) en Podemos, en Unidad
Popular-IU, en Bildu… representan una gran renovación, son el reflejo del
conjunto de esas protestas ciudadanas, pero se nota la falta de representantes
del mundo del trabajo.
Sindicalismo de clase. Si compartimos “que el trabajo es la
fuente de toda la riqueza y la medida de todos los valores” hay que apostar por
colocar ese problema en el centro porque sino estamos mareando la perdiz a la
hora de buscar alternativas para salir de la crisis y organizar un cambio real
a favor de las clases trabajadoras. Hay, además, otro aspecto fundamental:
difícilmente podrá haber mayorías sociales de cambio a la izquierda sin la
presencia activa y visible del movimiento obrero. (…)
Se puede debatir y confrontar opiniones sobre si la política
de las direcciones sindicales ha sido la adecuada para la actual situación,
pero no hay ninguna duda de que el sindicalismo es la base para la resistencia.
(…)
Sindicalismo y política. Pero también en el sindicalismo hay
que reflexionar sobre qué papel y qué iniciativas puede tomar para jugar un
papel más activo en los procesos de cambio. (…)
Ante los ataques brutales que se han vivido el sindicalismo
por sí mismo no ha podido defenderse ni defender los derechos de las clases
trabajadoras. Se necesita el máximo de alianzas posibles para derrotar a un
enemigo fuerte. Alianzas con otros movimientos sociales, alianzas con los
partidos, con las asociaciones de vecinos, mareas, etc. Con todo quien esté
dispuesto a luchar contra las políticas neoliberales. Y hay que hacerlo con
espíritu unitario, sin pretender hegemonías de uno u otro, sino con la
convicción de que sólo la suma y la movilización pueden lograr volver a
conquistar los derechos. Para que la clase obrera esté en el centro del cambio
social, el sindicalismo también tiene que reivindicar su lugar y su papel en la
política. (…)
Por eso hay que colocar el empleo y la recuperación de los
derechos laborales en el centro del debate y la acción. Tal como lo explican
los sindicalistas, cambio es también poner en el centro el conflicto
capital-trabajo, o sea la lucha de clases.
Fuente: www.sinpermiso.infohttp://www.sinpermiso.info/, 13 de diciembre 2015
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