La renuncia o la no firma al plan de pensiones privado para
las y los diputados fue una decisión política personal de Cayo Laras seguida y difundida con entusiasmo por Alberto
Garzón. Fue una decisión in situ fruto de una concepción de coherencia personal y de lo planteado
durante la campaña electoral.
Resulta que esa medida tan limitada y hasta inocente se
convirtió en la noticia protagonista del nuevo grupo parlamentario en torno a
IU. El Twiter ardió, junto a la redes sociales. La concepción del "No nos
representan, no" dejó abrirse una pequeñísima brecha sobre ¿quizás no
todos son tan iguales?
La medida ha tenido un impacto tan popular y bien recibida
que otros diputados de otros grupos se aprestaron a apuntarse a la no firma o a
la renuncia.
En muchas empresas, y en la administración, este tipo de
planes forman parte de los convenios y de una mejora o compensación el salario.
Ahora bien en el caso de representantes electos, que no son funcionarios en
tanto personas electas, la ciudadanía más alerta asimila todo lo que sobrepasa
a la media trabajadora a privilegios.
La frontera entre los medios necesarios para poder ejercer
de diputados y diputadas y los privilegios que apartan a esas mismas personas y
los elevan por encima de las necesidades de sus electores, es muy tenue y
frágil.
Bienvenidos por lo tanto los gestos comprometidos contra los
privilegios.
La renuncia mencionada es una buena decisión personal con un
impacto política envidiable. Algunos han seguido a regañadientes por aquello de
"a lo hecho, pecho", pero para quienes lo han difundido y aplaudido
ha sido oxígeno en un coso turbio de componendas de poder de los poderosos.
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