Julio Anguita, dirigente carismático de Izquierda Unida, junto a significadas personas del Frente Cívico, encabeza un manifiesto para Salir del euro: Por la recuperación de la soberanía económica, monetaria y ciudadana. En las Jornadas del Diálogo de Baztan tratamos este tema candente y, en la ponencia presentada por Gustavo Búster, nos planteamos la hipótesis de que la crisis económica europea e internacional no podía solventarse desde posiciones políticas y económicas, por lo tanto monetarias, desde un solo Estado. A la política macroeconómica europea neoliberal hay que presentarle otra política también de rango europeo con una óptica social.
Este debate lo proseguiremos en la Mesa Crisis y perspectivade la izquierda del 20º Congreso del POR (5 de julio, a 18,00 h, en la Nave
Ivanow, Barcelona).
Adjunto un artículo publicado en Sin Permiso sobre el euro.
Por Michael R. Krätke. 26/05/13
Uno de cada dos alemanes desearía regresar al marco,
mientras que en los países europeos meridionales –como Portugal y España— una
mayoría quiere dar la espalda a la UE. Mejor hoy que mañana. De derecha a
izquierda, desde los nacionalistas del emplazamiento territorial competitivo de
la Alternativa para Alemania [AfD, por sus siglas en alemán], el antiguo
senador de finanzas berlinés Thilo Sarrazin y el economista Heiner Flasbeck,
hasta Oskar Lafontaine y Sarah Wagenknecht: de tal amplitud es el frente único
de los partidarios de salir del euro. A Grecia, a España, a Portugal, a Italia
incluso: desde el estallido de la eurocrisis a comienzos de 2011, a todos se
les habría enseñado la puerta. Ahora se acumulan las voces que abogan por una
Alemania sin euro o aun por una "disolución ordenada" de la moneda
común. Ni que decir tiene: el malhadado rescate de Chipre ha sido la gota que
ha colmado el vaso.
Ilusiones fatales
La frustración nacida de la estulticia de la Troika en la
gestión de la crisis está tan justificada como la crítica de los errores de
diseño en la construcción de la Unión Monetaria. Pero un regreso al parapeto
atrincherado de las monedas nacionales no ofrece solución ninguna. Nadie
debería sucumbir a la ilusión fatal de que eso permitiría poner freno a la
política económica y financiera neoliberal. Al contrario. Mientras esté en
vigor el Tratado de Lisboa suscrito en 2007, seguirá el baile. El error intelectual
cardinal en la gestión de la crisis del euro consiste en confundir la Unión
Monetaria con un recinto habilitado para la actividad económica mundialmente
competitiva. Pero la disolución del euro no alteraría eso para nada. Ni pondría
fin a los gravosos desequilibrios económicos entre el Norte y el Sur de la UE.
Que una competición devaluatoria sacaría de la miseria a los países en crisis,
es cosa que sólo los ilusos pueden llegar a creer. Los Estados golpeados no se
sustraerían a la crisis, y lo poco que de ella pudieran ahorrase, no sería
desde luego a cuenta de la devaluación monetaria. De los shocks monetarios
que seguirían a la desintegración del euro sólo se alegrarían los especuladores
internacionales de divisas. Los gobiernos que devaluaran su moneda un 20%, un
30% o más, tendrían que atenerse sin demasiadas sorpresas a las reacciones de
los mercados financieros. Quien devalúa, es castigado con intereses y primas de
riesgo más elevados. Eso debería tenerse ya por bien sabido desde la prehistoria
del euro. Los países en crisis de la Eurozona, además, no se han endeudado en
la propia moneda. Puesto que los patrimonios y las deudas exteriores de sus
ciudadanos están denominados en euros, la devaluación no puede sino provocarles
pérdidas: significa cerrar cualquier vía de escape a su actual situación de
servidumbre por deuda.
El espectáculo más estupefaciente de este debate sobre la
salida del euro lo ofrecen los críticos de izquierda de la gestión política
hecha hasta ahora de la crisis del euro cuando se suben al carro de la
"competitividad". Para los nacionalistas del emplazamiento
territorial competitivo esto es lo más normal del mundo: creen en el mantra de
una competitividad que depende supuestamente sólo de los costes salariales. Desgraciadamente,
otros se tragan también la fabula, según la cual la fortaleza exportadora de
Alemania sería indiscutiblemente (y absurdamente) atribuible a la pérdida de
salario real. Conforme a eso, la culpa de las debilidades de los países en
crisis la tendría un crecimiento demasiado fuerte del salario real. Puesto que
los fanáticos de la austeridad cometen el mismo error intelectual, abogan por
doquiera a favor de falsas reformas de estructuras: en nombre de la competividad.
Quien, empero, aguce un poco la mirada, observará esto: en
ninguna parte del mundo occidental dependen del comercio exterior tantos
puestos de trabajo como en Alemania; y sin embargo, las industrias y las
empresas exportadoras alemanas raramente pagan salarios bajos. Por lo general,
los ingresos reales de su personal han aumentado, en vivo contraste con lo
ocurrido en la evolución del promedio salarial alemán. El caso es que los
exportadores alemanes tienen costes salariales por unidad producida claramente
inferiores a los de sus competidores en la Eurozona. Eso es todo. Aquí se
refleja la ansiada ganancia de productividad, que no se consigue precisamente
con presión salarial a la baja o con salarios bajos.
Desde luego que la construcción de la Unión Monetaria
adolece de errores de diseño, pero no de los errores de que parlotean los
aspirantes a salir de ella. Disparidades económicas y diferencias estructurales
hay en cualquier espacio monetario. Incluso en países pequeños como Holanda o
Bélgica pueden observarse notables diferencias regionales. De eso no se sigue
que cada provincia deba tener su propia moneda; el espacio monetario homogéneo
óptimo sólo existe en los modelos económicos neoclásicos.
Recaída en la dispersión de pequeños Estados
También un país como Alemania tiene que lidiar desde hace
décadas con distintos criterios económicos en distintas partes del país, lo que
se equilibra con una compensación financiera intraalemana, una especie de
solidaridad estatalmente organizada entre autonomías y regiones. Esa
solidaridad falta en la Unión Monetaria, lo que, desde la erupción de la
eurocrisis, viene corrigiéndose de modo unilateral: merced a la hegemonía
alemana, toda Eurolandia ha sido metida en la camisa de fuerza de una unión de
austeridad: pacto fiscal más pacto de competitividad. Hay, pues, una política
económica y monetaria común: desgraciadamente, de todo punto falsa. En el
camino de la política acertada, por la que abogan incluso expertos económicos
alemanes, se atraviesan el miedo a la deuda y el miedo a la inflación, y
naufraga por causa del egoísmo nacional. Y los alemanes, que son quienes más
han podido hasta ahora beneficiarse del euro, carecen de razones para negarse a
una comunidad de responsabilidades (eurobonos, o una unión de transferencias).
Desde luego que un cambio de rumbo le costaría algo a la República Federal de
Alemania, pero manifiestamente menos que una recaída en una dispersión de
pequeños Estados promovida y dominada por el marco alemán.
Una Alemania sin el euro tendría que contar con graves
quebrantos económicos. No bien de regreso el marco, los mercados de divisas lo
reevaluarían, y no precisamente poco (véase más arriba). Ni siquiera la Bundesbank se
alegraría demasiado con el poder recobrado. La salida del euro le echaría a
perder los balances, pues habría perdido el grueso de la deuda activa que ella
misma, el Estado alemán y la banca y las empresas privadas alemanas tienen en
la zona euro exterior. De modo que, saliendo del euro, habrían logrado lo que
precisamente se quiere evitar: una deuda pública harto mayor –de proporciones
italianas o aun griegas— en la patria de los histéricos de la deuda…
Supongamos que Alemania regresara al marco y abandonara la
Eurozona el próximo 1 de enero de 2014. ¿Qué pasaría entonces?
Un marco de regreso experimentaría fuertes presiones
alcistas frente a los Estados que se mantuvieran en el euro o aun frente a
otros que recuperaran sus monedas nacionales. El alza del marco se situaría
entre el 20% y el 30%. Eso dañaría enormemente a las exportaciones alemanas:
sería el final del milagro exportador. Deberían caer o los salarios o el grueso
de las empresas exportadoras. En cualquier caso, el mercado laboral y la
coyuntura económica interna resultarían gravemente dañadas.
La Bundesbank estaría sometida a una enorme
presión, tendría que acumular pérdidas y no podría seguir contribuyendo al
presupuesto federal. Al gobierno federal le quedarían dos opciones: o valorizar
las reservas alemanas de oro, lo que resulta arriesgado a la vista de las
fluctuaciones de precios del oro; o vincular el capital de laBundesbank con
las reservas federales. En cualquier caso, la deuda pública crecería, y no
tardaría en rebasar el 100% del PIB.
La precaria situación económica de los Estados de la UE
llevó a una situación en la que las exportaciones alemanas tenían que pagarse
muchas veces con créditos alemanes. La deuda activa exigible por la Bundesbank,
resultante del sistema Target-2, tenía el 30 de abril de 2013 un monto de 607,0
mil millones de euros: cerca de dos presupuestos federales. Si Alemania abandonara
la Unión Monetaria, buena parte de ese dinero se perdería. A fin de cuentas, el
euro caería drásticamente en relación con el nuevo marco alemán, lo que tendría
también consecuencias para las deudas de muchos socios de la UE.
Huelga decir que los bancos privados no se sustraerían al
pánico bancario: no sólo tendrían que lidiar con depreciaciones y quitas de
deuda, sino que perderían de la noche a la mañana su credibilidad. La Bundesbank no
podría seguir ayudándoles, lo que quiere decir que los depositantes se verían
afectados: el pánico bancario sería ineluctable; el sálvese quien pueda. Lo que
estaría amenazado serían ahorros y seguros de vida por valor de 3,2 billones de
euros: en cualquier caso, un marco más caro les haría perder valor.
Michael R. Krätke, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es
profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam,
investigador asociado al Instituto Internacional de Historia Social de esa
misma ciudad y catedrático de economía política y director del Instituto de
Estudios Superiores de la Universidad de Lancaster en el Reino Unido. Traducción
para www.sinpermiso.info:
Amaranta Süss. De sinpermiso.
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