El mundo y la humanidad tienen unas
coordenadas de sociedad capitalista patriarcal, basada en la economía de
mercado de la propiedad privada, dirigida por el gran poder financiero,
constituida en distintas clases y estructurada en Naciones y Estados.
El pan de cada día es la explotación
social del trabajo, la desigualdad de género del hombre sobre la mujer, la
dominación de unas clases sobre las demás, y de unas naciones sobre otras.
Mucho se ha escrito sobre si una
explotación o dominación es más importante que otra, sobre cuál es la primera
en la que concentrarse. ¿Primero sería la emancipación social y en una segunda
etapa la de la mujer frente el sistema patriarcal? ¿Las mujeres han de dar
prioridad a su emancipación que a la social?
La contradicción es una falsa paradoja.
Los distintos vectores que nos alumbran a una nueva sociedad colectiva sin
explotación ni opresión, las dimensiones vivas sociales y de la igualdad de la
mujer, han de ir estrechamente unidas, de la mano, hombro a hombro. Cada
victoria parcial de un vector u otro ayuda a los demás y al conjunto de la
sociedad. Y la igualdad, no es una igualdad formal y unifrome, sino una
igualdad real que tenga en cuenta el derecho de la igualdad en la desigualdad,
porque la naturaleza es una desigualdad perpetua.
En la Carta de La Aurora se plantea el 8
de marzo como punto de alerta para las concepciones revolucionarias.
Stop de Femen. |
Empleo, igualdad e insumisión alpatriarcado. El patriarcado existe y vive en todas las instituciones y
políticas del mercado capitalista de la propiedad privada. La conciencia y
moral dominante impone los valores de la sociedad patriarcal como algo normal,
consustancial a la vida, ancestral y eterno, inamovible. Una parte substancial
de la explotación del trabajo se basa en la degradación general de las
condiciones laborales y de vida, en particular se ceba a fondo en las mujeres.
El sistema capitalista ha sostenido la sumisión de las mujeres cuando no hay
ninguna prueba científica ni necesidad vivencial que lo justifique. Los dueños
del capital, de las finanzas, de las empresas y de las iglesias, aprovechan
para su interés de castas minoritarias la injusta desigualdad fruto de la
dominación de género de los hombres sobre las mujeres.
La crisis económica aumenta
escandalosamente la desigualdad salarial entre mujeres y hombres. La brecha
salarial ha pasado de 28 a
29,1 puntos porcentuales. Una mujer tiene que trabajar 62 días más que un
hombre para lograr la misma retribución. La pobreza tiene rostro de mujer.
Junto a las mujeres se castiga cruelmente a la juventud. Esta discriminación
salarial se extiende en las condiciones laborales y en las expectativas de
responsabilidades profesionales. Cuando pasamos de las categorías más bajas al
capataz, de la administrativa al jefe, de la enfermera al médico, de la
ejecutiva a los gerentes y consejeros delegados, hay una pirámide infernal
donde las mujeres son la base de muchas profesiones y espacios de acción, pero
son excluidas sin compasión en la dirección de las empresas, de los partidos y
en general de todos los aspectos políticos de la sociedad. Esta violencia
institucional y empresarial hacia las mujeres tiene su otra cara de la moneda
en la extendida violencia de género con la que los hombres agreden, torturan y
asesinan a las mujeres, al grito de “eres mía”. La mujer aún es una propiedad
más del hombre en la sociedad y moral capitalista patriarcal.
Este 8 de marzo, Día Internacional de la
mujer trabajadora, los lemas oscilan entre el derecho a la igualdad en el
trabajo hasta contra el patriarcado y el capitalismo, por la revolución
feminista ya, y defensa de desobediencia feminista. La emancipación de la mujer
se inscribe, en esta crisis y en la globalización, entre los factores básicos
para romper y superar el capitalismo con su transmisión patriarcal. La
revolución social y de la mujer necesitan actuar estrechamente unidas para
vencer. 5 de marzo de 2013
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