Indignación en el Parlament de Cataluña. |
El templo donde se escenifica la liturgia de la soberanía popular es territorio
comanche para las personas electas diputadas que pretenden representar, leal y
con compromiso, a la gente trabajadora, a la juventud y a las mujeres golpeadas
por una sociedad del capital y patriarcal.
Los sacerdotes y sacerdotisas de este templo se adornan de
privilegios, actúan con opacidad como una casta corporativa, investidos de
honorarios y dietas, con los halagos de los medios de comunicación,
gubernamentales y de los poderosos -verdaderos propietarios y benefactores del
templo-; las rencillas a menudo terminan con fotos y acuerdos nacionales de
país.
Todo va destinado a separar los y las diputadas del cuerpo
social que les ha elegido. Los fines del poder son facilitar que funcione el
sistema político, en la vertiente institucional, a favor de los intereses de
las clases dominantes.
Para sostener las excepciones y construir una alternativa a
este baile de bastones y esgrima parlamentarista, se necesita una amplia
conciencia y participación social, con unas organizaciones cívicas, sociales,
sindicales y políticas que se impongan a toda la estructura de los aparatos del
poder económico y político.
Es lógico que la movilización llegue a denunciar el
secuestro de la soberanía popular, la democracia, e intente recuperarla con
acciones de éxito como la de rodear o ocupar simbólicamente el Parlamento.
La democracia política representativa ha sido una conquista
histórica. La democracia moderna burguesa, más desde que con la incorporación
de las mujeres hay una persona un voto, también enturbia el poder dictatorial
de los poseedores del mercado de la propiedad privada, de las grandes finanzas,
los gobiernos y los Estados. Sin embargo, esta conquista de la democracia
parlamentaria queda con demasiada frecuencia pervertida y domesticada. Los
Parlamentos, como las elecciones, son instituciones del sistema social
existente en la vertiente política.
Aquí radica el fondo del clamor y del estallido de
conciencia que va en el sentido de un sistema igualitario participativo,
transparente, donde la delegación de soberanía fuera sometida a un control
estricto, con un cambio continuo de las personas representantes en función del
compromiso político, con una práctica coherente, relacionada de forma muy
estrecha y directa con la base social ciudadana.
Las nuevas personas diputadas en el Parlamento conviene
inicien su labor con transparencia. Un buen gesto puede ser incorporar como
bandera las consignas del 15 M, "fuera los privilegios" y evitar ser
engullidas por la "clase política". Diputados y diputadas deben
exudar honestidad y coherencia para lograr credibilidad. Sería muy positivo que
favorecieran espacios de participación, desde los que escuchar y compartir,
para posibilitar convertirse en transmisoras y altavoces de las necesidades,
propuestas, reivindicaciones, movilización y voluntad popular de base.
Estos ingredientes han de ser orientados a denunciar todos
los trucos, maniobras, corporativismo partidista electoralista y seguidista del
gobierno, junto a la adaptación institucional. Así se contribuye a dificultar
las políticas, los acuerdos y leyes, que favorecen a los poderosos y golpean a
la inmensa mayoría popular, la del 99 %. Conseguir normas y leyes favorables al
cuerpo social es de gran valor, pero con la convicción de que la aplicación de
la ley es fundamental, lo que suele escorarse según el contenido del poder que
determina los gobiernos y los estados.
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