La unificación económica de Europa, en particular la correspondiente a la Unión Europea (UE), sigue una vía euro neoprusiana con atisbos de tierra quemada en la estela ancestral de Atila. El capital financiero y el trabajo sufren una espiral de lucha y degradación que van a dejar irreconocible la Europa de antaño. La oportunidad y necesidad de ruptura social, democrática y revolucionaria se empantana en el magma de la disgregación y la difícil actuación unitaria de las clases trabajadoras, pues sus organizaciones y referencias sindicales y políticas han de construir una orientación europeísta que supere el actual nacional-estatalismo, con una movilización conjunta de parámetros básicos pan europeos.
En la Carta de La Aurora se plantea ese dilema:
Deflación. Nueva fase de la crisis del euro. Desde el mes de
diciembre, el conjunto de la eurozona ha visto como los precios caían hasta
acumular en seis meses un -1,5%. La caída es especialmente grave en la
periferia sometida a la política de austeridad y las “devaluaciones internas”:
entre un -6,5% para Grecia, un -4,7% para España y un -2% para Países Bajos.
Hasta en Alemania han caído los salarios reales por debajo de la pequeñísima inflación y los precios industriales lo han hecho un -0,8%. Con un objetivo declarado del Banco Central Europeo del 2% de inflación, la media de la eurozona es del 0,5%. El conjunto de la Eurozona, no solo su periferia, se encuentra en deflación.
La deflación, la caída de la inflación por debajo del 0%, es el peor síntoma de la falta de actividad de una economía: los precios de las mercancías, incluida la fuerza de trabajo, caen porque sobran. Nadie compra o invierte porque espera que los precios caigan aun más; los bancos utilizan el crédito del BCE no para inyectarlo en la economía real sino para desapalancar las deudas del sector privado o cubrirlas con capitales y activos que atesora en sus cajas fuertes.
En un círculo vicioso, la deflación aumenta la deuda pública –como ya está ocurriendo- y agrava la crisis capitalista. Hasta las políticas de “devaluación interna” se convierten en inútiles para los capitalistas porque no pueden recuperar su competitividad exportadora frente a quienes en el corazón del Euro, como Alemania tampoco experimentan inflación, o los países de la periferia asiáticos o africanos, cuyos sueldos son aun mucho más bajos.
Todas las contradicciones sociales de las crisis capitalistas se agudizan con la deflación, descomponiendo la legitimidad de las instituciones burguesas. Es la época de los “populismos” y también de soluciones de izquierda favorables a las clases trabajadoras, cuando en el terreno electoral se desvanecen las lealtades clientelares y la enorme presión por buscar soluciones a los problemas cotidianos de la gente se convierte en nuevas alternativas que cuestionan el statu quo del equilibrio entre las clases.
Estamos al comienzo de esa etapa en la Eurozona. Y la realidad deflacionista empieza a concretar el “crecimiento sin empleo”, la “salida de la crisis sin recuperación” y todas las patrañas que intentan ocultar que estamos entrando en una nueva fase, más peligrosa si cabe, de la Gran Depresión iniciada en 2008, con la crisis de la deuda privada de los bancos, su transformación en deuda pública mediante los rescates y la crisis de la deuda pública.
Las políticas de austeridad han aniquilado en buena medida la actividad económica, aunque se pretenda que el cadáver goza de estupenda salud.
Entre la panoplia de medicinas neoliberales, la más importante es la bajada de los tipos de interés. Los del BCE están en un bajo histórico del 0,25%, que podrían ir descendiendo hasta el 0,15% o el 0,10%.
Después la compra de bonos de deuda por el BCE –que ha sido cuestionada como toda su política en este sentido por el tribunal constitucional alemán, que se niega a cualquier comunitarización de la deuda o transferencia fiscal de un estado-miembro a otro- y por último, las quitas de deuda pública o privada, redistribuyendo las pérdidas de los deudores a los rentistas.
Pero el BCE no ha hecho nada en seis meses ante el peligro de la deflación. En julio del 2012 Draghi salvó al euro con su declaración de “hacer todo lo posible” contra los especuladores. Ahora es prisionero del “síndrome inflacionario” alemán.
Pero la historia de las deflaciones que ha sufrido la economía capitalista, la última de ellas la de Japón desde 1992 a 2006, es terrible: no solo aumenta la deuda soberana y privada, actúa también como una tasa de interés más alta e independiente.
Los economistas marxistas de los años 20 y más tarde Keynes defendieron que el sistema capitalista, lejos de alcanzar un nuevo equilibrio, agudiza todas sus contradicciones y solo la intervención decidida del Banco Central aumentando la masa monetaria, imponiendo quitas de deudas y relanzando el gasto central por parte del estado para aumentar los salarios y la inversión permiten una redistribución de los rentistas a los asalariados que permita relanzar la demanda y la economía.
La deflación es por lo tanto la lucha de clases económica sin cuartel. Y se decide en el terreno político, bien con la imposición de la pobreza a la clase obrera mediante un “estado fuerte”, o mediante la ampliación de los derechos democráticos y sociales de la amplia mayoría a costa de los intereses de las oligarquías.
En los próximos meses en Europa este escenario se podría concretar con la victoria de Syriza en Grecia y la exigencia de un giro radical en las políticas neoliberales de la Troika. Extender la solidaridad con Grecia es luchar en cada estado-miembro de la UE por aumentos de salarios, contra el paro y las políticas de austeridad, a favor de los derechos de la mayoría y gobiernos de izquierda capaz de defenderlos en esta nueva fase de la crisis capitalista.
Hasta en Alemania han caído los salarios reales por debajo de la pequeñísima inflación y los precios industriales lo han hecho un -0,8%. Con un objetivo declarado del Banco Central Europeo del 2% de inflación, la media de la eurozona es del 0,5%. El conjunto de la Eurozona, no solo su periferia, se encuentra en deflación.
La deflación, la caída de la inflación por debajo del 0%, es el peor síntoma de la falta de actividad de una economía: los precios de las mercancías, incluida la fuerza de trabajo, caen porque sobran. Nadie compra o invierte porque espera que los precios caigan aun más; los bancos utilizan el crédito del BCE no para inyectarlo en la economía real sino para desapalancar las deudas del sector privado o cubrirlas con capitales y activos que atesora en sus cajas fuertes.
En un círculo vicioso, la deflación aumenta la deuda pública –como ya está ocurriendo- y agrava la crisis capitalista. Hasta las políticas de “devaluación interna” se convierten en inútiles para los capitalistas porque no pueden recuperar su competitividad exportadora frente a quienes en el corazón del Euro, como Alemania tampoco experimentan inflación, o los países de la periferia asiáticos o africanos, cuyos sueldos son aun mucho más bajos.
Todas las contradicciones sociales de las crisis capitalistas se agudizan con la deflación, descomponiendo la legitimidad de las instituciones burguesas. Es la época de los “populismos” y también de soluciones de izquierda favorables a las clases trabajadoras, cuando en el terreno electoral se desvanecen las lealtades clientelares y la enorme presión por buscar soluciones a los problemas cotidianos de la gente se convierte en nuevas alternativas que cuestionan el statu quo del equilibrio entre las clases.
Estamos al comienzo de esa etapa en la Eurozona. Y la realidad deflacionista empieza a concretar el “crecimiento sin empleo”, la “salida de la crisis sin recuperación” y todas las patrañas que intentan ocultar que estamos entrando en una nueva fase, más peligrosa si cabe, de la Gran Depresión iniciada en 2008, con la crisis de la deuda privada de los bancos, su transformación en deuda pública mediante los rescates y la crisis de la deuda pública.
Las políticas de austeridad han aniquilado en buena medida la actividad económica, aunque se pretenda que el cadáver goza de estupenda salud.
Entre la panoplia de medicinas neoliberales, la más importante es la bajada de los tipos de interés. Los del BCE están en un bajo histórico del 0,25%, que podrían ir descendiendo hasta el 0,15% o el 0,10%.
Después la compra de bonos de deuda por el BCE –que ha sido cuestionada como toda su política en este sentido por el tribunal constitucional alemán, que se niega a cualquier comunitarización de la deuda o transferencia fiscal de un estado-miembro a otro- y por último, las quitas de deuda pública o privada, redistribuyendo las pérdidas de los deudores a los rentistas.
Pero el BCE no ha hecho nada en seis meses ante el peligro de la deflación. En julio del 2012 Draghi salvó al euro con su declaración de “hacer todo lo posible” contra los especuladores. Ahora es prisionero del “síndrome inflacionario” alemán.
Pero la historia de las deflaciones que ha sufrido la economía capitalista, la última de ellas la de Japón desde 1992 a 2006, es terrible: no solo aumenta la deuda soberana y privada, actúa también como una tasa de interés más alta e independiente.
Los economistas marxistas de los años 20 y más tarde Keynes defendieron que el sistema capitalista, lejos de alcanzar un nuevo equilibrio, agudiza todas sus contradicciones y solo la intervención decidida del Banco Central aumentando la masa monetaria, imponiendo quitas de deudas y relanzando el gasto central por parte del estado para aumentar los salarios y la inversión permiten una redistribución de los rentistas a los asalariados que permita relanzar la demanda y la economía.
La deflación es por lo tanto la lucha de clases económica sin cuartel. Y se decide en el terreno político, bien con la imposición de la pobreza a la clase obrera mediante un “estado fuerte”, o mediante la ampliación de los derechos democráticos y sociales de la amplia mayoría a costa de los intereses de las oligarquías.
En los próximos meses en Europa este escenario se podría concretar con la victoria de Syriza en Grecia y la exigencia de un giro radical en las políticas neoliberales de la Troika. Extender la solidaridad con Grecia es luchar en cada estado-miembro de la UE por aumentos de salarios, contra el paro y las políticas de austeridad, a favor de los derechos de la mayoría y gobiernos de izquierda capaz de defenderlos en esta nueva fase de la crisis capitalista.
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