31/10/17

Afrontar y derrotar el 155


Cuando democracia no son elecciones. Hay que afrontar y derrotar el 155.
El pasado viernes 27 se proclamaba la república catalana. Una alegría democrática que bien quisiéramos que contribuyera a una república española, la vasca y la gallega. Ese mismo día, el Senado votaba la aplicación del artículo 155 de la Constitución en versión Rajoy, un artículo con el que el frente constitucionalista-españolista y monárquico que forman el PP más Pedro Sánchez y C’s daba un golpe sin precedentes a los derechos y libertades en el Reino.
De un plumazo, se disolvía un parlamento votado por el pueblo, se destituía a un gobierno que respondía a esa mayoría parlamentaria y se daban órdenes a la fiscalía para procesar por sedición, rebelión y malversación de fondos al Govern y a la Mesa del Parlament de Catalunya. Un poco más tarde, se convocaban elecciones al propio Parlament para el 21 de diciembre con el objetivo, aseguran, de “restaurar la legalidad y la democracia”.

Resulta escasamente creíble que el partido que se financió ilegalmente vaciando las arcas del Estado, el de la Gürtel, el que se ha presentado “dopado” a las elecciones, el de Bárcenas y  Correa, el de Gallardón y Ana Mato, el del expresidente González y su caso Lezo, el mismo que no condena el franquismo hable de democracia y lidere toda la operación.

La convocatoria estatal del 21-D en Cataluña, sea cual sea su resultado, podrá otorgar legalidad monárquico-constitucional al escrutinio, pero a estas alturas, lo que no traerá es, desde luego, democracia. Su propia convocatoria, disolviendo al Parlament, cesando al govern y con parte de los máximos dirigentes de la sociedad civil en la cárcel (Jordi Cuixart y Jordi Sánchez) representa en sí misma un acto ilegal e ilegítimo que violenta las más mínimas normas de la esa democracia que tanto se menciona.

Ahora bien, como toda elección, el 21-D es una batalla. Es con condiciones democráticas mucho peores que el referéndum del 1-O. La impresión inmediata, en coherencia con el entusiasmo, fuerza y unidad que representó conseguir votar el 1 de octubre, es la de organizar un potente boicot de todas las fuerzas políticas comprometidas con el impulso, preparación y resultado del 1-O. Pero, después de 48 horas sin ninguna medida por parte del gobierno de la nueva república, con el anuncio de la disposición a acatar el 155 por parte del presidente Puigdemont, del PDECat, ERC, incluida la participación en unas elecciones del 155, con el colofón de que la presidenta del Parlament aceptara su disolución por la imposición estatal, nada podemos desdeñar. Ningún terreno conviene ceder. Si no hay un estallido popular que permita otro camino, quizás es un espacio, no el único, desde el que derrotar también el 155. Una nueva prueba en la que dar un giro y demostrar la fuerza del voto del 1 de octubre. En el que reclamar la legitimidad de la legalidad democrática ante el atropello del frente monárquico.

Desde hace años, particularmente desde que estalló la crisis, existe una jibarización constante de la democracia y de los derechos en nombre de una legalidad que lo ocupa todo, pero que resulta incapaz de proponer una convivencia igualitaria entre los diversos pueblos y naciones de la península o de garantizar los derechos humanos básicos (educación, sanidad, vivienda, vida sin pobreza, pensiones…). El 155 ahora, como antes la ley mordaza o la violencia sobre las mujeres, constituyen la prueba de lo que ya señalaron las plazas el 15 M: lo llaman democracia y no lo es. El régimen ha dado otro paso más en su crisis hasta llegar a un punto sin retorno. Cada vez habrá más aspectos incompatibles con la legalidad, cada vez tal legalidad se mostrará más vacía de derechos y democracia reales.

El pueblo de Catalunya decidió el 1 de octubre frente las porras y con un millar de gente contusionada y herida a cuestas que deseaba una república, que quería conquistar una nueva ciudadanía igualitaria y, de la mano de esa libertad, entenderse con el resto de la población de la actual España. La contestación del rey, el gobierno al que responde y sus principales partidos ha sido clara: disolver las instituciones catalanas.

Las elecciones del 21-D no restauran la perseguida normalidad monárquica. Esa marchó hace ya mucho. Ahora bien, necesitamos: diálogo, acuerdos, convivencia y respeto entre pueblos, justamente lo que niega el 155. Para lograrlos solo existe una fórmula: máxima libertad. Solo la gente libre es gente igual y, solo gente igual, puede crear lazos fraternos. Hoy la libertad se encoge en el reino de la segunda restauración borbónica a golpe de legalidad.

La izquierda debe recuperar más que nunca esa bandera de la libertad a través de la defensa de las repúblicas y del derecho de autodeterminación, porque sólo así el diálogo será real y la unidad, indestructible. 31 de octubre de 2017.
De la Carta de La Aurora.

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